|
|
El eclipse de Sol del año 1900
(observado desde Cáceres)
Por: Luis Miguel Gil (Escrito
en junio de 1998)
-
Estamos prácticamente
a las puertas del siglo XXI. Sin embargo, en esta eclosión
de la tecnología del silicio en la que estamos inmersos, todavía
hay mucha gente que desconoce un hecho tan simple como que los planetas
pueden ser, a menudo, observados a simple vista. De hecho, siempre
me he preguntado por qué los conocimientos astronómicos
del ciudadano de a pie nunca han superado el umbral de conocer acaso
que la Luna es algo que brilla en el cielo ciertas noches despejadas.
Hacia el año 1984, publiqué
un pequeño artículo en la revista "ALCOR",
que por entonces editaba la Agrupación Astronómica de Cáceres,
haciendo referencia al eclipse de Sol de 1900. Me basaba en datos publicados
en "La Ilustración Española y Americana",
Tomo 2, 1897, en la que D. J. Landerer, hacía referencia
al cercano eclipse antes referido. Por entonces me llamó especialmente
la atención el mapa del trazado de las curvas, que no son sino
las zonas por donde se va paseando la sombra que, sobre la superficie
terrestre, proyecta nuestro satélite natural. Ciudades como
Plasencia, Navalmoral de la Mata y otros pueblos del Norte de nuestra
provincia se hallaban en una zona privilegiada para la observación
de tan espectacular fenómeno; aunque las condiciones meteorológicas
podían resultar adversas, sobre todo en la zona de la Sierra de
Gata. Se temían tormentas que, por entonces, eran comunes en ésta
época del año (todo cacereño sabe que, incluso
en la actualidad, es raro que no llueva o truene por las Ferias de Mayo).
Pero ¿qué había sucedido al fin? ¿Podía
acaecer un fenómeno de este tipo sin dejar huella en los anales
científicos de la provincia? ¿Había salido el día
nublado?
Tan solo un mes antes de que el último eclipse
del siglo XIX tuviera lugar, publica un artículo en la "Revista
Extremadura" el llamado "mago de Logrosán",
que no era otro sino el teósofo y astrónomo Mario Roso de
Luna.
Pero cual no sería nuestra sorpresa al hallar
en la misma revista, avanzando tan sólo unas páginas,
un artículo publicado por D. Casto Ibarlucea, catedrático
de agricultura y D. Juan Sanguino y Michel, entonces profesor auxiliar
del Instituto de Cáceres, describiendo perfectamente la observación
del eclipse desde la zona de Cáceres capital. De hecho reproducimos
aquí íntegramente la carta que ambos dirigen al Director
del Observatorio de Madrid.
OBSERVACIONES HECHAS EN CÁCERES
DURANTE EL ECLIPSE DE SOL DEL 28 DE MAYO DE 1900
[Al] Sr. Director del Observatorio Astronómico
y Meteorológico de Madrid.
Puestos de acuerdo los que suscriben en suministrar los
datos que pudieran a ese observatorio sobre los fenómenos que en
esta localidad, tan próxima a la zona de la totalidad, se presentarán
durante el eclipse de sol del 28 de mayo, cuidaron de arreglar sus relojes
de bolsillo al tiempo medio de Cáceres, sirviéndose del
gnomon, terminado en una placa horadada que con la meridiana tiene establecido
en el torreón de la Plaza, donde se halla uno de los relojes de
la ciudad, el relojero Sr. Capdevielle que cuida de la buena marcha de
estos. Se tuvo presente la ecuación del tiempo y se confrontaron
además nuestros relojes con los de la estación de ferrocarril,
que señalando la hora de Madrid habían de diferir con los
nuestros en 10 minutos y 36 segundos.
Ayudados por D. Manuel Castillo, profesor de Francés
del Instituto, algunos amigos y varios discípulos, se eligieron
dos lugares para las observaciones: uno en la torrecilla del Instituto,
que sirvió en otros años de Observatorio, desde donde se
divisa un amplio horizonte al Norte, y el otro en un altozano de San Francisco,
en el real de la feria, que por ser día en que esta se verificaba
pareció conveniente situarse entre los distintos ganados, para
ver si algún efecto especial producía en ellos el eclipse.
Advertimos para la inteligencia de las notas que se consignarán,
que los termómetros en el real de la feria fueron colocados al
aire libre a la sombra de una caseta, mientras que los del Instituto metidos
en una caja facistol de hierro con persianas pintadas con albayalde,
habían de acusar no sólo la temperatura del ambiente sino
la del calor emitido por las paredes, y de ahí principalmente la
diferencia de unos y otros. Los grados anotados en el campo de la feria
a las 2h:20m no nos manifiestan en realidad la temperatura que tuviese
el aire, pues los termómetros fueron colocados pocos momentos antes.
Las presiones tomadas de un barómetro de cubeta situado en la Secretaría
del Instituto son las que arrojaba su lectura, sin corrección alguna,
siendo de presumir que no variará de un modo notable la temperatura
de la habitación.
La dirección del viento era señalada en el campo por banderas
y gallardetes que para adorno tenía la tienda de recreo levantada
por el casino en aquel lugar.
Los errores cometidos, seguramente, en la determinación del tiempo
del primero y último contacto, por unos y otros observadores, han
dependido más que nada del medio de visión a través
de simples vidrios ahumados.
Hechas estas aclaraciones, he aquí las notas:
[...]
OTRAS NOTAS Y OBSERVACIONES:
Al comenzar el eclipse, no
había más que una cigüeña en cada uno de los
ocho o diez nidos que hay en las torres de la iglesia del Instituto, pero
a las 3h:39m vuelven todas a sus nidos.
Una zurita, de las muchas que anidan en los mechinales de los muros del
Instituto, penetró azorada por una ventana en la Secretaría
y posada sobre una de las hojas de la vidriera, se la encuentra y no huye
hasta que se acerca a unos tres metros de ella el que entra en la habitación.
Las ovejas, dentro de sus rediles en el campo de la feria, se muestran
inquietas al llegar la máxima fase del eclipse y balan casi todas.
También el ganado vacuno revela desasosiego y los vaqueros lo contienen,
pues tratan de desmandarse. En los cerdos y caballería parece que
no se ha notado nada de particular.
De las abejas se han recogido dos observaciones. Tanto en la casa de uno
de los que suscriben, como en otra frontera al Instituto, había
sendos enjambres bajo el alero de sus tejados, y al llegar también
el momento culminante se alborotaron y mudaron de lugar las primeras,
metiéndose en una tinaja con tierra, a medio tapar, que hay en
el jardín donde han comenzado a hacer el panal.
Observando un hormiguero en el campo de la feria, que había sido
pisado antes de atenuarse la luz, parece que al debilitarse ésta
no interrumpen los insectos su trabajo, pues se los ve acarreando granos.
Consignaremos también, que el eclipse no parece que haya ejercido
influencia alguna en los enfermos de afecciones nerviosas, pues una vesánica
e histérica que viene padeciendo ataques hace 16 años, estuvo
completamente calmada como otros muchos días lo está.
Ha habido ocasión de observar en la acacia llamada aromo cierto
movimiento en las hojuelas, disponiéndose al sueño como
ocurre en los crepúsculos vespertinos.
No se notó perturbación alguna en la brújula, ni
se presentaron las bandas oscuras para cuyo estudio se había dispuesto
una sábana tendida. Tampoco se manifestó aureola o rastro
de corona a la parte opuesta a la que quedó iluminada, con el suficiente
brillo para no poder mirar directamente sin daño de la vista.
Algunos decían ver una estrella bajo el Sol, que por la posición
que señalaban, pudiera ser Aldebarán. Uno asegura que vio
otra hacia el Norte.
Ocurrió con frecuencia a los que exploraban el cielo en el campo,
tomar por estrellas a ciertos insectos que cerniéndose hacia la
región del Sol, reflejaban sus alas la luz de tal manera que sólo
cuando se movían se comprendía el error.
Los observadores situados en el Instituto, vieron perfectamente correr
la sombra lunar desde la sierra del cañaveral hasta el puerto de
Miravete. También se distinguió desde el campo de la feria,
aunque no podía verse desde allí correr en tan grande extensión.
Y es particular como influyen ciertas preocupaciones en la gente ignorante;
pues a los pastores y lugareños allí reunidos, oímos
que si no habían acudido a la feria más ganados era por
la manga de fuego que iba a caer, y pasado el eclipse añadían
que bien claro se había visto allá por Cañaveral.
El tinte rojizo que tomaron las nubes era para ellos la confirmación
mejor de la idea que tenían.
Un amigo advirtió que si podría haberse engendrado ese fantasma
por señalarse en ciertos Almanaques la zona de la totalidad con
una banda roja.
Cáceres, 4 de Junio de 1900
SOBRE ROSO DE LUNA
Cuando la gente habla sobre Mario Roso de Luna, siempre suele adornarle
con el término Teósofo, marginando un poco su vocación
de astrónomo. Personalmente tengo la impresión de que muchos
astrónomos se sienten un poquito, secretamente, teósofos.
Nuestro Mario nace en Logrosán, e influenciado
ya desde la niñez por una familia culta y bien acomodada, se deja
acariciar por las cálidas frases de su madre (hija de un político
liberal), y desarrolla en su temprana adolescencia un vago concepto sobre
el Cosmos, que para él constituye su primer acercamiento a esa
lucha entre los hechos objetivos que edifican el pensamiento científico
y esas otras verdades ciegas a las que nos convida la fe.
Una pequeña, aunque significativa muestra de ciertos
objetos personales y condecoraciones de Mario Roso de Luna, puede
ser contemplada en una de las salas del Museo Pedrilla, dependiente de
la Institución Cultural El Brocense, de la Diputación de
Cáceres.
Por otra parte, tanto en la Biblioteca Pública
de Cáceres como en el departamento de Archivos de la Diputación
de Cáceres pueden consultarse muchas de sus obras.
Su padre, José Roso y Barber, fue un ingeniero de
Vinaroz (Castellón) que había venido a trabajar en los ferrocarriles
de Extremadura y, más tarde, en las minas de fosforita de Logrosán.
Su madre, Jacinta, hija del político y economista liberal Julián
de Luna, era natural de Cabeza del Buey (Badajoz).
Fue ella quien se ocupó de su educación. Estuvo seis años
en la escuela pública, aunque para él siempre fueron más
importantes las lecturas y comentarios que le hacían en su entorno
familiar de las obras clásicas de la literatura universal. A partir
de los doce años estudia de forma autodidacta, haciendo un bachillerato
en Cáceres que le hizo merecedor del nombre de Príncipe.
A los quince años decía: Adquirí la primera
concepción del Cosmos. Por esta época es cuando se
manifiesta como un hombre de inspiración profundamente religiosa
preocupado cada vez más por solucionar los conflictos entre las
ciencias, las religiones y las filosofías, yendo paulatinamente
a entroncar con la tradición cristiana en su línea gnóstica
y ecléctica. En 1890 tendrá según cuenta, una crisis
existencial: La sensación de cuanto no es; la impresión
de la nada y el vacío.
A los 17 años una meningitis le puso al borde de la muerte, curándose
milagrosamente.
Quiso estudiar ingeniero de caminos, pero su familia le orientó
hacia la Abogacía. Doctorado en Derecho, se dedica al ejercicio
del mismo, fracasando por ser altruista, honesto e insobornable.
Durante la madrugada del 5 de julio de 1893, estando en Logrosán,
descubrió el cometa que lleva su nombre en todas las cartas astronómicas.
En 1896 era el representante de Cruz Roja en Extremadura, en 1898 marcha
a París llamado para colaborar en la redacción del Diccionario
Ilustrado de la Lengua Castellana. Por estos y otros méritos la
Diputación Cacereña le concede una beca para estudios de
Ciencias Físicas que culmina en 1901.
Contrae matrimonio con Trinidad Román, de Miajadas, con quien tendrá
dos hijos, Ismael y Sara. Esta última se casará con Francisco,
hijo del profesor Eduardo Hernández Pacheco.
En 1902, entra en contacto con la doctrina de Helena Petrovna Blavastsky
y se verá arrastrado hacia ella, trasladándose a Madrid
y afiliándose a la sociedad Teosófica de Adyar fundada por
la enigmática rusa.
En calidad de teósofo hará giras de conferencias por distintos
puntos de España e Iberoamérica. En 1921, junto con otros
diez teósofos españoles, fundó la rama Hesperia
que reinició sus actividades después del franquismo.
La noche del 8 al 9 de junio de 1918 descubrió la última
estrella temporaria aparecida entre las constelaciones del Águila
y la Serpiente. Roso dio cuenta pública de seis estrellas temporarias,
aparte de su cometa, de las que oficialmente sólo se le reconocieron
tres.
Construyó el Kinethorizon, aparato de astronomía que le
dio en 1894 el premio de oro de la Academia de Inventores de Francia.
También tenía las medallas de Isabel la Católica
y de Carlos III.
Mario Roso de Luna fue un testimonio de libertad de pensamiento y de ilusión
por la ciencia para su época, propugnando como proyecto desarrollar
la lógica del corazón frente al monopolio de la lógica
racional.
De su obra, cuya edición completa está en preparación
de manos de Esteban Cortijo Parralejo, especialista en la misma, destacamos
algunos títulos editados como: Preparación al estudio
de la fantasía humana bajo el doble aspecto de la realidad y el
ensueño, Hacia la Gnosis, En el umbral
del misterio, Evolución solar y series astroquímicas,
Simbolismo de las religiones del mundo, Wagner, mitólogo
y ocultista; y como obras inéditas: Códices
de Anahuac y la baraja española, Libro de bitácora
de mis viajes por Asturias, La magia y la escritura,
etc. Además, innumerables artículos publicados en prensa. |
|